El creacionismo no es para tímidos o timoratos. Está basado en una aseveración de hace 3.500 años que se encuentra en la Biblia: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Génesis 1:1, VRV). Sin embargo, la mayoría de los científicos contemporáneos creen que la vida fue el resultado tardío de una enorme explosión natural de la materia primitiva hace billones de años. Creer en la creación es ir contra la marea.

"Nada en biología --escribió Dobzhansky-- tiene sentido excepto a la luz de la evolución". Los directores de la revista Science, prologando una edición especial sobre la evolución, afirmaron no hace mucho: "Los conceptos intelectuales que surgen de nuestra comprensión de la evolución han enriquecido y cambiado muchos otros campos de estudio". En el mismo ejemplar escribió Stephen Jay Gould: "La evolución orgánica... [es] uno de los hechos más firmes jamás convalidados por la ciencia".

La respuesta creacionista estándar a este tipo de declaraciones es señalar defectos en los argumentos evolucionistas. Pero los creacionistas están en una mejor posición cuando muestran que sus explicaciones logran mejores resultados que las evolucionistas. Su meta debiera ser desarrollar un paradigma tan funcional que la gente tuviera que admitir: "Nada en biología tiene sentido excepto a la luz del creacionismo".

Con esto como trasfondo, consideremos unos pocos aspectos del creacionismo aún válidos para investigadores cristianos del siglo XXI.

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La cosmología trata acerca de la estructura y el origen del universo. La cosmología moderna comenzó en la década de 1920, cuando se utilizaban los telescopios más grandes para estudiar los objetos más remotos del espacio y para encontrar respuestas a las preguntas acerca de la estructura del universo. A su vez, las respuestas obtenidas dieron lugar a preguntas acerca del origen del universo. Las observaciones del astrónomo norteamericano Edwin Hubble (1935) señalaron que casi todas las galaxias muestran un fenómeno que fue designado con la expresión «corrimiento hacia el rojo». Esto significa que el color de la luz que recibimos de ellas es más rojizo que cuando salió de su fuente. Una posible manera de producir este cambio de color es por medio del efecto Doppler, es decir, el movimiento de las galaxias al alejarse de la tierra.

Para interpretar sus observaciones, Hubble necesitaba un modelo cosmológico del universo. Existían varios modelos en ese tiempo. Los de Milne y Lemaître, por ejemplo, permitían concebir un universo en expansión de acuerdo con la teoría de la relatividad general de Einstein. Un modelo de Zwicky era más estático pero requería menos ajustes de la física conocida y ninguna introducción de conceptos nuevos. Era, por lo tanto, el marco en el cual podían encajar mejor las observaciones de Hubble. El mismo Hubble no estaba muy seguro de cómo interpretar sus observaciones y, poco dispuesto al principio a arribar a la conclusión de un universo en expansión, llamó al fenómeno del «corrimiento hacia el rojo» «aparentes desplazamientos de velocidad».

Poco después, Hubble abandonó parcialmente sus reservas anteriores e interpretó el «corrimiento hacia el rojo» por medio del efecto Doppler; es decir, concluyó que la mayoría de las galaxias se estaban alejando de nosotros. Es así que se acuñó la expresión «el universo en expansión».

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